FSC-CCOO Navarra | 21 noviembre 2024.

Coronavirus: un año después

    Ahora que la mayoría de Europa ha pasado el desesperante hito de un año conviviendo con el coronavirus, resulta pertinente pararnos a reflexionar sobre cómo ha afectado a nuestras libertades. Los ciudadanos europeos están frustrados y cansados de ver cómo sus vidas pasan de la pseudo normalidad a prácticamente el arresto domiciliario. Están hartos de la inconsistencia política y cada vez más consternados por la absurda competencia entre los países, que intentan ganar puntos respecto al vecino.

    19/04/2021. Calum Steele, presidente de la Confederación Europea de la Policía
    Calum Steele, presidente de la Confederación Europea de la Policía

    Calum Steele, presidente de la Confederación Europea de la Policía

    A lo largo del último año nuestros países han vivido algunas de las restricciones más autoritarias jamás impuestas sobre los ciudadanos en tiempos de paz. Se prohibieron actividades cotidianas y comunes. Nos restringieron los movimientos, las visitas que podíamos recibir en casa y esto incluso afectó nuestras relaciones.

    Al inicio de la pandemia, la mezcla de miedo e incertidumbre hizo que los ciudadanos mayoritariamente se acogieran a las imposiciones, pero con el paso del tiempo y la incapacidad de controlar el virus, el incumplimiento de estas ha ido creciendo. Los ciudadanos están preocupados por sus empleos, la educación y el futuro de sus hijos, y se están preguntando, comprensiblemente, si el precio que han pagado no es demasiado alto.

    Los inevitables efectos de estas medidas y circunstancias han hecho que algunos grupos de la sociedad enfocaran y sacaran su enfado contra los agentes de la policía. Agentes que tenían la tarea de ejecutar las órdenes de restricción de libertades impuestas por los gobiernos. Agentes que se sienten abandonados por sus gobiernos mientras se enfrentan a la hostilidad y riesgos de aplicar la ley a esos grupos de la sociedad cada vez más hostiles. Todo ello sin equipos de protección adecuados, tests, ni vacunas, a pesar de que los agentes se ven expuestos a un riesgo de infección exponencialmente mayor por tener que implementar las medidas tomadas por los legisladores.

    Pero no podemos caer en la complacencia ahora que la vacuna nos presenta una puerta para volver a la normalidad de nuestras vidas. Nuestros gobiernos tienen que reconocer que sus decisiones han dificultado el trabajo de las fuerzas del orden. Tienen que reconocer que la restricción de las libertades siempre viene con un precio. Esperemos que ese precio no sea a expensas de la confianza en las fuerzas policiales. 

     

     

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